El compañero Claudio Albertani (Milán, 1952) termina de ilustrarnos sobre algunos aspectos de la vasta sacudida subversiva que agitó a Italia, grosso modo, entre 1967 y 1977.
El “68 largo” en Italia tiene dos años estelares: 1969 y 1977. Tras la gran sacudida en las fábricas de 1969, la lucha salió del marco fabril e invadió el territorio, desarrollándose un montón de experiencias (radios libres, centros sociales, toda clase de colectivos, grupos feministas…) que conformaron un movimiento complejo que lo cuestionaba todo pero cuya ambigüedad hacia los grupos armados leninistas se reveló fatal.
1977 fue un año explosivo, con la expulsión del líder sindicalista Lama de la universidad en Roma, la represión a Radio Alice en Bolonia… La “autonomía” abarcaba una galaxia de grupos incontrolable; el significado y alcance de lo que representó efectivamente está muy distorsionado por las concepciones negristas.
La obsesión con las pistolas es tremenda para 1977. La lucha armada es parte integrante de la práctica del movimiento, de la experiencia antagonista, y de ninguna manera fue una provocación estatal, pero sí fue un error: los grupos armados vanguardistas cargan con la responsabilidad histórica de la derrota del movimiento. En 1977 no se tuvo clara la crítica a toda la tradición leninista ni las consecuencias de la “aceleración” armada; con la fascinación guerrillera se entró en la aceptación del vanguardismo de esa tradición. La revista Insurrezione (1977-1981) desarrolló en sus balances la crítica de la lucha armada, en su periodo de mayor auge, en general, y de popularidad de las Brigate Rosse, en particular, tras el secuestro y asesinato de Aldo Moro (marzo-mayo 1978).
En 1979 y 1980, jueces cercanos al PCI desataron las operaciones represivas a gran escala que conllevaron para centenares de militantes entrar en prisión o huir al exilio, en una situación que ya era de reflujo del movimiento revolucionario. El fenómeno masivo de los “arrepentidos”, relacionado estrechamente con esa pasión por las pistolas, acabó de profundizar la derrota.
La corriente radical fue impotente para cambiar el curso de los acontecimientos. En los años siguientes, la revista Maelström y otras experiencias fueron y han seguido siendo intentos de mantener viva la llama de la crítica revolucionaria.
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